Retrospectivas (4)
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Imagen tomada de https://acortar.link/7d3bgm |
Hola a todos, espero que se encuentren bien. Al momento de escribir estas líneas, nuestra amada Sofi está ad portas de iniciar su viaje a Alemania con miras a presentar unas audiciones y recibir clases magistrales, pedimos al Todopoderoso que su ida, estancia y regreso salgan muy bien, y agradezco de paso una plegaria por parte de ustedes para este objetivo.
A finales del
2022, di comienzo a un ejercicio de memorias propias, en donde les compartí
cosas de mis primeros años hasta 1989, cuando me gradué del bachillerato.
Entonces me picó el gusanito de la remembranza otra vez, así que, si me lo
permiten, les voy a contar otra parte de esta historia personal, al menos
grosso modo, por lo que los invito a leer las entregas anteriores, mismas que
pueden encontrar en Retrospectivas (1), Retrospectivas (2) y Retrospectivas(3), así que aquí sigo.
1990 me recibió
con un cambio bastante intenso en mi vida, ya que fue el año en que ingresé al
Seminario Conciliar de San José en Bogotá. Si, la intención en esa época era
convertirme en sacerdote, para lo cual conseguí el auspicio de mi párroco, el
propio seminario y mis padres. Y una vez más me vi en un entorno académico de
hombres, con un ritmo de vida muy intenso en lo espiritual y lo académico,
donde había que estudiar mucho, con jornadas de estudio en la mañana y en la
tarde, siendo mi preferida la música. El ambiente era cortés y contábamos con un estado de vida
confortable.
De ese tiempo
recuerdo que mis condiscípulos solían ser bastante bromistas, aunque, dicho sea
de paso, no puedo decir que hubiese hecho muchas amistades en la época, al
punto que puedo decir que, de esa experiencia, no me quedó ningún amigo.
Había algo que no me hacía estar del todo a gusto en el entorno, y fue tanta la indecisión que, unos días antes de terminar el primer semestre de estudios, solicité mi retiro, algo que se convirtió en un fuerte golpe para mi familia, pero en un punto de partida para otras muchas cosas.
Debido a mi ingreso en el Seminario,
yo había quedado remiso para la prestación del servicio militar y, por tanto,
debía ponerme al día con ese requisito, ya que por esa época la libreta militar
ayudaba mucho para fines laborales y de estudio, por lo que a los pocos días de
haber salido, me trasladé a mi distrito militar en el barrio Kennedy en Bogotá
para hacer las averiguaciones pertinentes para enrolarme en el Ejército.
Fue tal vez finalizando
julio del año 90 cuando inicié ese trajín, se llegó el día de la incorporación,
me despedí de mi familia y me encaminé al sitio donde dispondrían de mi lugar
para el servicio militar. Las horas corrieron y serían tal vez las 4 pm cuando
nos hicieron abordar un bus con destino al cantón norte en Bogotá, zona que
cuenta con varias unidades militares.
Llegados al
nuevo destino, la persona de incorporaciones que nos estaba llevando al lugar,
se acercó a la guardia, cruzó algunas palabras con uno de los encargados y volvió
a subir al bus, para iniciar el recorrido, mismo que nos llevó de nuevo a
Kennedy. Allí nos hicieron bajar a las instalaciones del distrito de incorporaciones y nos informaron que ya las cuotas
de servicio militar estaban cubiertas y que debíamos estar atentos para la
nueva convocatoria para fines de año.
Me enojé
bastante la verdad, quería salir de ese tema tan pronto fuera posible y esa
situación se convertía en un impedimento. Acto seguido, en encargado nos dijo que,
si teníamos interés, podría haber una opción en la Escuela de Suboficiles del Ejercito,
porque para esas fecha iba a comenzar la incorporación para un nuevo curso, así
que nos dieron un volante informativo y yo me regresé para mi casa, rumiando mi
rabia. Recuerdo mucho que, en el mismo instante que estaba entrando a mi casa,
el teléfono sonó y mi madre contestó, y le estaba diciendo a alguien “no mijo,
no hemos sabido nasa”. Todavía con mi rabia corroyéndome, sin saludar siquiera,
le pregunté a mi madre que quien era –“Maurix, acabó de entrar” –“pásemelo” le
dije a mi madre y sin rodeo alguno le dije a mi amigo “estoy puto hermano, no
me llevaron”. Evidentemente la carcajada al otro lado de la línea no se hizo
esperar, Maurix rio a mandíbula batiente mientras le conté los pormenores, pero
sobre todo porque no solía ser mal hablado, así que cualquier expresión salida
de tono causaba cierta extrañeza. Terminé de hablar con el y referí la historia
a mis padre concluyendo con el ofrecimiento de la Escuela Militar, a lo que mi
padre, practico como solía serlo me fue diciendo “Mijo, piénselo y si se decide,
pues conseguimos la plata y se va para allá”.
Debo decir que
no esperaba esa respuesta, pensé que me diría que tuviera paciencia y que en
diciembre volviera, pero no. Creo que quedé en shock, y desde esa noche comencé
a pensar muchas cosas. Hable con mi primo Richi Montenegro que era uno de los
pocos que había pagado servicio militar en esa época y me dijo que la opción de
la Escuela Militar era muy buena, de hecho, me sugirió que yo podía estar 10
meses estudiando y solicitar la baja antes del ascenso y podía obtener libreta
de primera clase como si hubiese pagado servicio. Y debo decir que ese
argumento me convenció bastante. Los trámites pertinentes y el pago de la
inscripción debían hacerse durante la primera quincena de ese agosto, creo que
fueron $35000. Cumplí con todas las citas y revisiones médicas y me consideraron
apto para el servicio, así que ese 30 de agosto, después de las despedidas de
rigor, alguna que otra lágrima de mis hermanas y mi madre y el beneplácito de
mi padre, salí en compañía de un nutrido grupo de jóvenes a la Base Militar de
Tolemaida en Melgar Cundinamarca, a las instalaciones de la Escuela de Suboficiales
Sargento Inocencio Chincá, lugar que me albergó por un año, y que me dio una gran
experiencia de vida, porque en honor a la verdad, me sentí muy a gusto en la
vida castrense, pese a la demanda física. De esa etapa de estudio hay muchas
historias, pero de momento solo les cuento esta. Creo que cuando llegué a Tolemaida,
logré comunicarme con mis padres y les dije que estaba bien pero que no sabía
todavía en que parte de la Escuela iba a estar. Y tal vez para ese mismo fin de
semana, seguramente el domingo 2 o lunes 3 de septiembre, un soldado de la
guardia andaba averiguando por el alumno Rocha, que porque me estaban buscando en el acceso de la Escuela. Los recién llegados sabíamos que las visitas no se darían hasta
creo que dos o cuatro semanas de instrucción, así que no sin cierta extrañeza,
me dirigir al lugar solicitado, donde mi padre me estaba esperando, cosa que me
conmovió mucho. Me dieron permiso para pasar un par de horas con el, se enteró
de en qué compañía había quedado (la Antonio Nariño), me dejó algo de dinero y cigarrillos.
Y debo decir que ese día le vi un brillo muy especial en los ojos, se sentía
orgulloso de su muchacho, no lo dijo, pero se le notaba. Quedé de avisarle a la
primera oportunidad para el tema de la próxima visita. Y dejo hasta aquí, luego
les cuento un poco más de esa vida militar.
Un abrazo.
FE DE ERRATAS. A sugerencia de mi gran amigo Pedro, lo siguiente:
"Le recomiendo una fe de erratas, por cuanto Melgar hace parte del Tolima y no de Cundinamarca, es muy común esa inconsistencia porque este municipio es una muelita del Tolima que se incrustó en Cundi, pues venimos de Fusagasugá y Chinauta que hacen parte de Cundinamarca, sigue Melgar (Tolima) y luego Girardot que también es de Cundinamarca."
Gracias Pedro por la corrección.
Gracias Martín por compartir pedacitos de tu historia de vida, ya que además de conocerte más, se conecta con la historia de las comunidades de las que hiciste parte. Un abrazo.
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