Retrospectivas (2)

 

Imagen tomada de https://acortar.link/7d3bgm


Hola a todos, espero que se encuentren bien. Sigo con la tapa del baúl de los recuerdos abierta, así que aquí les traigo otros más.

Llegamos entonces al segundo asalto en cuarto de primaria y he de hacer una nueva confesión. Fue el año de mi primer amor, platónico pero el primero a fin de cuentas. Se trató de mi directora de grupo, y si de casualidad ella está leyendo esto, pues más vale tarde que nunca. Su nombre, Natacha, sahagunense de pura cepa, cabello castaño algo crespo, alta, o al menos a esa edad me lo parecían todas las personas, fluida en inglés, docente de español y con un acento en la voz muy sabroso de escuchar.

Tenía un trato firme, pero muy cordial, con un corazón de oro, defensora a capa y espada de sus hijos del salón de clases: “con mis hijos nadie se mete” dijo una vez en medio de una discusión algo acalorada que se presentó con otra docente, aunque no recuerdo qué fue lo que pasó. En fin, creo que la traga me duró dos años, ya en primero de bachillerato ella se fue del colegio y, por ende, mi pequeño corazón se rompió por primera vez.

Cuarto y quinto de primaria fue la época en que empecé a andar más en cicla, tenía una “panadera” como las llamábamos entonces, una cicla turística, nada del otro mundo con su parrilla en la parte trasera, con la cual recorrí lo largo y lo ancho de Fontibón y me aventuré incluso a llegar a Modelia, y en muchas de esas correrías, estuvo Maurix, aunque más bien era flojito para echar pedal jajaja. Eran otros tiempos, relativamente se podía transitar con seguridad, sin tanto carro y mejor aún, sin tanto loco al volante. Fueron tiempos de mucha libertad en el buen sentido, porque en casa me decían, a tal hora aquí, y uno estaba llegando a tiempo, sin necesidad de peleas ni regaños.

También cuarto fue mi primer encuentro formal con la música, ya que tuve la buena fortuna de ser tenido en cuenta por mi profesor Laureano Barón para hacer parte del coro parroquial, pensado y puesto al servicio del colegio para cuanto acto litúrgico se necesitaba, llevándose las palmas la Semana Santa. En ese coro estuve cuatro años y resultó ser una experiencia muy gratificante, aprendí muchas cosas que me sirvieron luego con el tiempo para trabajar con más personas, aunque debo decir que no siempre los coros grandes han sido lo mío, tan es así que apenas este año nuevamente me vi embarcado junto con mi esposa con una nueva experiencia de grupo con el coro infantil de la parroquia con quienes estaremos amenizando la Novena de Aguinaldos, pero de eso les cuento luego, huelga decir que hace más de 20 años no trabajaba con niños en actividades de canto, y solo espero que pueda hacer un buen papel de profe.

El paso al bachillerato marcó un inicio de diferencia de clases. Como les conté, en ese tiempo el colegio San Pedro era de lo más cotizado en Fontibón e infortunadamente no faltaron los condiscípulos que empezaron a hacer “gala” de su superioridad económica. Por fortuna no fueron todos, por lo general se respiraba una gran camaradería y respeto, pero no faltaba la bestia abominable que era capaz de “hacer sentir” su posición social frente a personas como yo de orígenes más modestos.

Fue la época en que le metí un "tiestazo" (golpe), precisamente a uno de esos riquillos que ya me tenía hasta la coronilla con sus burlas y comentarios. No me siento especialmente orgulloso del hecho, que se dio en cierta ocasión a la salida del colegio, fue un solo golpe en el estómago, le saqué el aire y eso fue santo remedio para que dejara la fregadera per secula seculorum.

Eran los tiempos de los mapas hechos a mano, calcados, a color y en tinta china, de los cuadernos con márgenes trazadas por nosotros mismos, forrados con cubiertas de plástico de colores, marcados en su hoja inicial y con las hojas enumeradas. Fueron los tiempos en que una ida a la biblioteca era toda una odisea. En mi barrio quedaba en una pequeña oficina de la Alcaldía, y muchas veces nos teníamos que quedar en el corredor consultando porque no cabía la gente, aparte del tiempo de espera porque no se tenían suficientes libros.

La cosa me cambió un poco cuando inauguraron la biblioteca en el colegio, de hecho, me atrevería a decir que el San Pedro fue el primer colegio privado en Fontibón que tuvo la primera biblioteca escolar, aunque puedo estar errado y solía ir con alguna regularidad a hacer mis tareas en ese séptimo grado (1985), que fue el último que pasé en esa institución. De hecho, gracias a esa biblioteca, pude realizar el que sería mi primer préstamo interbibliotecario con la Biblioteca Luis Ángel Arango, aunque por más que he querido, no puedo recordar qué libro fue, solo sé que logré dicho préstamo por una carta de mi bibliotecaria del colegio y fue por una semana. Y como ya esta nota se me extendió demasiado, la dejo hasta aquí. La semana próxima sigo revolviendo el baúl de los recuerdos. No olviden comentar y compartir. Un abrazo.

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