Retrospectivas (3)

 

Imagen tomada de https://acortar.link/Ncr99P


Hola a todos, espero que se encuentren muy bien.

Hoy llego a la parte final de esta primera tanda de retrospectivas, esto con miras a preparar mi última entrada del año la próxima semana, ya que dejaré quieto el teclado por unos días.

Llegamos entonces a 1986, un año de cambios, de cosas nuevas y de colegio nuevo. Fue cuando me fui del San Pedro Claver, luego de haber rehabilitado geografía, y llegué al CODIF, Colegio Departamental Integrado de Fontibón, a la jornada de la mañana. Un colegio público, mixto, con unas dinámicas muy diferentes, pero que se convirtió además en una de las mejores etapas de mi vida escolar.

Guardo muchos gratos recuerdos del CODIF, y el primero que se me viene a la mente y no puedo pasar desapercibido, fue la acogida por parte de una muy, muy querida compañera, Carmen Rosa Moya, quien fue la que me dio el primer saludo en el colegio y me acogió con su característica generosidad, don de gentes y simpatía. Gracias por eso Carmencita.

Me encontré entonces con un grupo de personas más afines a mi clase social, algo rebeldes, unos más que otros con grupos sumamente definidos y lideres y seguidores de toda índole: los deportistas, los estudiosos, los tomadores de pelo y hacia el final del bachillerato, los tomadores de guaro, cerveza y fumadores de cigarrillos, que contaban con sistema de alerta temprana para que no los pillaran. Tranquilos muchachos, me guardo los nombres para que la coordinadora doña Flor no sepa quienes fueron.

Fue el tiempo de los tizasos en clase, de salir a sacudir los borradores, de considerar al monitor del curso como un bicho raro, también fue el tiempo de mi primera revuelta estudiantil, con toma de la Secretaría de Educación, pacífica eso sí, con protesta en el colegio con amanecida incluida, con una salida de curso memorable a Melgar estando en noveno grado, porque la verdad sea dicha, la de once no nos salió tan chévere.

Fue el tiempo en que me aprendí una poesía de la cual aún recuerdo algunos versos: “No ya mi corazón desasosiega las mágicas visiones de otros días. oh, patria, oh casa, oh, sacras musas mías…” aprendida para español con el profe Dago David Forero, de quien, un par de años más tarde, se daría nombre a la biblioteca del colegio por su temprana muerte.

Fueron los años en que tuve que acompañar a mis hermanas a fiestas, quedándome en un rincón porque no sabía bailar, cosa que poco ha mejorado con el tiempo, pero ya me muevo un poco más. Fue el tiempo del primer amor, que me despachó a los cuatro meses y a estas alturas del partido nunca supe la razón. También el del segundo, que, por cosas de la vida, tampoco floreció, pero que si quedó una gran y bella amistad. 

 Fue el tiempo de la consolidación de lazos más fuertes de amigos, de las jugarretas interminables en la cuadra con soldados libertados, ponchados, yermis, trompo, canicas, de pararnos en la esquina a conjugar el verbo estar, de ir a cine en corrillo.

Fue la época en que estuve obsesionado con Bruce Lee y de hecho llegué a practicar artes marciales por poco más de un año, que, por cierto, llevo más de 30 años sin lanzar un solo puño ni patada, y creo que donde lo haga me desbarato jajaja. Y hacia el final de ese periodo (1989) también fue un tiempo de vacas flacas en casa, porque ese año mi padre y mis tíos terminaron un taller de orfebrería con el que llevaban muchos años, partieron cobijas, se repartieron las herramientas y se dieron a sus aventuras en solitario. No pasamos hambre, pero si muchas privaciones, con decirles que fotos de grado no tengo, salvo aquellas que años más tarde nos compartimos con mis compañeros, y la noche de graduación, me fui a pasarla en la casa de mi otro gran amigo de la época, Cesar Pinzón, y al otro día a falta de un grado, estuve en otro con el ya mencionado Maurix, así que me doy por bien servido.

Hasta aquí estas retrospectivas, estoy preparando otras más, pero eso será, si Dios no dispone nada en contra, tema para el nuevo año. La próxima semana les compartiré, como las empresas, un balance de esta aventura que ha sido La nota itinerante. Por ahora me despido y les mando un abrazo. No olviden comentar, compartir y suscribirse al blog. Hasta pronto.

Comentarios

  1. Muy bien que tenga presente quien lo acompaño durante sus años mozos, yo a duras penas me acuerdo del nombre del colegio, es más ya ni existe.

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  2. Muy bnos recuerdos y chistosos jejeje, para q no te levantes crocante todos los días pues a bailar pues🕺🕺

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