Despistes S. A.
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Adivina adivinador |
Hola a todos, cómo han estado, espero que muy bien. Ya ad portas de terminar el segundo mes del año, no se ustedes pero siento que, literal, el tiempo está volando.
Hace unas notas atrás, les conté lo que me había pasado con mis gafas, que simplemente se desaparecieron, para más detalles, les invito a leer nuevamente El alma de las cosas.
Traigo a cuento el asunto, porque esta semana volví a incurrir en uno de esos despistes accidentales, de esos que muy seguramente todos hemos tenido, lo que de paso me trajo a la memoria otros tantos.
Llegados a este punto, preciso su atención en la foto que acompaña esta historia. Con confianza, agrándenla y miren qué hay de raro, ignoren las venas de mis musculosas piernas. ¿Ya?. Bueno.
Resulta que el martes, como es habitual, me alisté para salir a una caminata matutina con Doris, aprovechando que debíamos adelantar algunas diligencias en el centro de la ciudad. Anduvimos por cerca de 4 horas y solo vine a notar que me había puesto mis tenis cambiados cuando ya nos dirigíamos a abordar el transporte que nos traería de regreso a casa. Huelga decir que Doris tampoco se había percatado de la equivocación.
Hasta cierto punto, el error tiene una justificación, ya que tengo otro par de tenis blancos, que reposan todos juntos en el mismo punto del guardarropa. Siendo blancos, pues realmente el cambio no se nota mucho, contrario a lo que me pasó hace algunos años, que solamente me percaté que me había puesto un zapato café y uno negro, ambos de amarrar, una vez llegué a mi oficina, cuando ya nada se podía hacer. Afortunadamente en esa ocasión no tuve que interactuar mucho fuera de mi lugar de trabajo, así que el asunto no pasó a mayores.
También por esos despistes, cualquier día salí de la ducha, listo para ponerme la ropa, cuando mi esposa soltó su carcajada:
- Gordo, ¿usted qué va a hacer?
- ¿Cómo que qué voy a hacer? pues vestirme. - Y sin dejar de reír me dice:
- Vaya mírese en el espejo.
Pues lo crean o no, me había dejado la cabeza sin enjuagar luego del champú, motivo que también causó mi hilaridad, sin dejar de lado de reconocer lo pendejo que había sido.
Otra laboral, fue por los tiempos en que había cambiado de celular, y cualquier día programé mi alarma para que sonara a las 5:00 am, que era la hora en que me levantaba para alistarme e ir a trabajar. Sonó el despertador, me alisté, desayuné y me dispuse para irme a trabajar, aunque notaba que, pese a la hora, todo se veía bastante oscuro.
Comencé a sospechar algo cuando llegué a la portería vehicular y el vigilante me dio ingreso y me dijo "qué juicio, madrugó hoy". Llegue a mi oficina, y la segunda sospecha se dio cuando vi que el cafetín del piso estaba cerrado todavía, con lo que no podría disfrutar de mi tinto mañanero. Entre a mi oficina, prendí el computador y al ver la hora, creí que algo iba mal, porque mostraba las 5:50 am, cuando deberían ser las 6:50 am, ya que por lo general llegaba unos diez o quince minutos antes de la hora de entrada. Miré mi celular y marcaba las 6:50 am, entonces tuve que validar en la configuración y descubrí que había cambiado la zona horaria por otra diferente a la de Colombia de una hora de diferencia, lo que se traduce que no me levanté a las 5:00 am sino a las 4:00 am. Esta es la hora que no entiendo qué pasó para que haya hecho ese cambio.
Y una mas, no mía. Cuando mi padre estaba enfermo, antes de su muerte, cierta mañana llegué a la casa de un tío con el que me iba a ir al hospital a hacer la visita. La esposa, siempre tan atenta, me ofreció un tinto, en esa época todavía lo consumía con azúcar, así que le pedí una poca. Llegó la bebida mientras hablamos y al probarlo le tuve que pedir que si por favor me podía cambiar el tinto por otro que no tuviera sal. No pudimos hacer más que reírnos, mientras se produjo el cambio.
Y a ustedes ¿Qué les ha pasado en cuanto a despistes? Recuerden comentar, compartir y suscribirse al blog. Gracias por su lectura.
Hasta pronto.
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