La tía Marujita

 


María del Socorro Sánchez Ortiz, o sencillamente la tía Marujita, es la última tía que le queda a mi esposa Doris por parte de su padre Belisario (q.e.p.d.). Es según Doris, una adulta con cuerpo de niña que  siempre se ha visto así, pequeña, vivaracha.

Estuvo casada por 51 años con don Marcos y de su unión tuvieron dos hijos, Nicanor y Consuelo y cuatro nietos. Ya está rondando los 91 años y se conserva muy lúcida y bastante aliviada.

Es una mujer nacida y criada en el campo, que poco o nada ha visitado la ciudad y su mundo goza del verdor y el aire fresco en una vereda de Rionegro Antioquia.

Alterna sus estancias entre las casas de sus hijos, quienes la cuidan y consienten mucho, procurando darle el amor que se merece por su condición de madre y abuela que dio lo mejor de sí para ellos.

Doris, hasta hace poco, supo que el nombre de la tía es María del Socorro, ya que toda la vida le han llamado tía Marujita y no conoce la razón de ese sobrenombre. De hecho, ni sus propios hijos saben el motivo porque toda la vida la han conocido así.

En vida de los tíos Nando y Mirita, Doris y sus hermanos fueron a visitarlos en algunas ocasiones, aprovechando la cercanía que estos tres parientes tenían entre sí, aun a pesar de vivir en veredas distintas. Eran paseos llenos de magia y toda una experiencia para ese montón de niños (7 hermanos) quienes aprovechaban para jugar al aire libre, corretear las gallinas, disfrutar de las tortas y arepas de chocolo, los frijoles con coles y con sidra y las mazorcas asadas con manteca y sal.

No solo fue la primera generación de sobrinos de Marujita los que disfrutaron de esos espacios. Con el correr de los años y ya Doris contando con sus hijos algo grandes y en compañía de algunos de sus sobrinos, también fueron a visitar a Marujita y a los tíos, repitiendo los juegos, tanteando gallinas, comiendo sancocho, disfrutando de la naturaleza y viendo como la mascota de la época, Shakira, una bonita french poodle, blanca como el algodón, terminaba verde como el pasto, gracias a su paso por la boñiga de las reses del lugar. 

Esos encuentros, fueron la oportunidad para que la tía Marujita se enamorara de cuantas cosas llevaban en el pelo sus sobrinas nietas, sean hebillas o moños, alguna pulsera y hasta los aretes y muchas veces tuvieron que dejar sus adornos de regalo para la tía, aunque no faltó la sobrina melindrosa que, entre pucheros y lágrimas, dejó sus moños.

La última conversación que tuvo con Doris giró en tono a su difunto marido, don Marcos, del cual, dijo la tía, fue un buen esposo y el amor de su vida y que, pese a los años transcurridos, extraña mucho. - Yo me casé vieja – le dice la tía a Doris y según cuentas de la hija, la tía tendría al menos 30 o 31 años cuando contrajo nupcias.

Marujita disfruta mucho del dulce, aunque por cuestiones de salud, se lo deben controlar mucho. Sentada al sol o en su silla del corredor de la casa, se ve a una dulce anciana que ha tenido una vida plena, se le ve tranquila y serena, e irradia ternura y una gran calma.

Viendo a la tía Marujita, no puedo dejar de pensar en tantos ancianos que hay por ahí, expuestos a su suerte, pasando necesidades, abandonados por sus hijos, mendigando o buscando su sustento vendiendo cualquier cosa.

Duele mucho ver que los abuelos no sean valorados en su justa medida, hice alguna mención a esto en mi nota Malos hijos, la cual les invito a leer de nuevo.

Quienes tenemos la fortuna de contar con adultos mayores en nuestra vida, no perdamos la oportunidad de honrarlos y valorarlos en su justa medida, nada se pierde haciendo una llamada ocasional o una visita casual, eso es muy significativo para estas personas. Sería maravilloso que los últimos días de nuestros abuelos fueran como los de Marujita.

Feliz semana.

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