Érase una vez una cicatriz

 

Detesto las agujas, es algo que siempre me ha pasado, sin embargo, cada vez que me enfrento a ellas, sea por exámenes o por medicación, pues hago de tripas corazón y me aguanto como los machos de Jalisco bravo. 

Prueba de ello, es la marca que me quedó en estos días luego de una toma de análisis de sangre para chequeos de control, misma que removió en mí la siguiente historia, la cual cuenta con dos versiones y que tiene que ver, precisamente con encontrones entre agujas hipodérmicas y mi piel.

     Mi versión:

El recuerdo más lejano que tengo de una aguja fue el día que, por estar “miquiando”, me subí a un tablón que había en la azotea de mi casa, con tan mala suerte de que me resbalé y mi espinilla de la pierna izquierda, se supo encontrar con un enorme clavo que sobresalía con su gran y oxidada punta. Tal vez tendría unos 12 años, por allá en 1983. 

Por extraño que parezca, la herida no sangró, y me pareció ver algo blanco, aunque nunca supe si fue el hueso o parte del tejido que cubría esa sección del cuerpo. 

Lo cierto es que yo bajé llorando al primer piso de la casa, en el preciso momento en que mi madre estaba tomando tinto con una vecina, la señora Soledad, y evidentemente el diálogo no se hizo esperar.

- ¿Leonardo Qué fue? ¿¿qué le pasó?. 

- Me corté el pie -dije mientras gruesos lagrimones recorrían mis mejillas. 

- Ay chino pendejo, mire cómo se volvió. - pero no había sangre.

- Su papá se va a emberracar y yo sin un peso- en ese entonces no había EPS.

Recuerdo que nos atendían en el entonces Centro de Higiene de Fontibón, que quedaba en el barrio Centro A, ya ahí, hoy en día, se encuentra un hospital.

Y en ese momento, con la angustia propia de una madre, la señora Soledad sin pensarlo dos veces, saco de su monedero un billete de $200, para que se ubiquen los de mi generación, uno de los verdes de José Celestino Mutis que para la época es posible que estuvieran recién salidos, porque, cosa curiosa, recuerdo que se veía nuevecito. 

- Tenga doña Isabel, lleve al niño al médico, después hablamos. – Y sin más salió de casa, y mi madre y yo detrás de ella rumbo al centro médico.

Llegamos en cuestión de 15 minutos creería yo, entramos y con tan buena suerte que habría tal vez un paciente antes de nosotros. Recuerdo un médico joven que me atendió, vio la herida y le dijo a mi madre que había que poner puntos. 

Me dispusieron, y ahí fue mi primer encuentro consciente con una aguja, seguramente hubo otros antes, pero ese es el recuerdo más remoto que tengo. Tenían que anestesiar la zona para la sutura, y recuerdo que lloré mucho mientras me inyectaban, pero al poco tiempo, la piel se durmió y procedieron con el zurcido que se llevó cuatro puntos de sutura. Por cada punto cobraron 50 pesos, no quedó ni para una gaseosa. Volvimos a casa y al rato mi papá llegó del trabajo, aunque no recuerdo si se molestó o no.

    La versión de mi madre.

El día del accidente, mi madre había llegado a la casa luego del sepelio de don Baudilio, un vecino de por la cuadra.

Yo, según mi madre, no dije nada, pero de un momento a otro y debido al dolor, me puse a llorar, le mostré la lesión y ella, evidentemente se asustó. No tenía un peso para nada en ese momento y mi papá estaba trabajando, pero sabia que la herida requería atención inmediata, así que salimos de la casa y nos fuimos para donde doña Soledad, y ella le prestó no $200 sino $400. 

También según mi madre, a esa hora ya el Centro de Higiene no prestaba servicio, así que nos encaminamos por los lados de la plaza de mercado a una droguería del sector, en donde, efectivamente me hicieron la curación y si, me anestesiaron, y si, lloré mucho cuando me inyectaron la anestesia, aunque a estas alturas dudo mucho que haya sido un galeno el que me cosió.

Y no cobraron $50, sino $100 por cada punto, los cuatrocientos que le habían prestado a mi madre, de hecho, ella me dice que el señor que nos atendió hasta se emberracó porque no llevamos otras cosas que le había recomendado para evitar infecciones, pero no había más plata. A la llegada de mi papá pues la cosa no pasó a mayores y supongo que en su momento pagaron el préstamo.

En últimas, a la semana del accidente, mi tía Bernarda, que había sido enfermera y andaba de visita en nuestra casa, me retiró los puntos con una cuchilla Minora, de las que se usaban antes en las máquinas de afeitar y me quedó de recuerdo una bonita cicatriz. 

Aquí mi punto es que las historias siempre tienen dos versiones, y que es necesario escucharlas ambas para saber a qué atenerse y de paso, rellenar los huecos en el argumento. 

Reitero además el hecho de las situaciones que nos disparan los recuerdos, es un mecanismo maravilloso del que se vale el cerebro y que nos permite ejercitar la memoria, así que mi invitación hoy es a que me cuenten algún recuerdo motivado por algo en especial, un olor, un color, un sabor. Como siempre, muchas gracias por su apoyo con la lectura y no olviden compartir estas historias. Hasta la próxima.


Glosario

Miquiando, de miquiar. "Grafía más cercana a la pronunciación familiar de miquear (dar brincos y piruetas; coquetear: holgazanear). (Fuente https://es.wiktionary.org/wiki/miquiar).


Emberracar, de berraco "persona bravucona, pendenciera". (Fuente https://www.asale.org/damer/berraco).

Comentarios

  1. Es cierto muchas situaciones familiares tienen varias versiones que apuntan al mismo suceso. Gracias por compartir

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