Don Martín

 

Martín Rocha Hernández. 1940-2011

Esta es una historia de la vida real, le sucedió a mi familia, así que hoy esta nota va a resultar algo extensa, porque se trata de una serie de recuerdos que me han traído muchas sensaciones.

El 24 de agosto de 2011, 4 días antes de su cumpleaños número 71, mi padre Martín Rocha Hernández, partió a mejor vida, luego de una serie de complicaciones médicas que, infortunadamente, no fueron posibles resolver. 

Yo había viajado el domingo 21 de agosto en la noche, luego de la noticia de mi madre que su salud seguía delicada, aprovechando que, por esos días en la universidad, nos encontrábamos en asamblea permanente, no recuerdo por qué, lo que me facilitó ausentarme de mis clases. Llegué en horas de la mañana del lunes, mi hermana Clara y mi cuñado Guille se estaban disponiendo a ir al hospital a visitar a mi padre, me iba a ir con ellos, pero me insistieron que mejor fuera en la tarde, para que tuviera algo de tiempo de desayunar y reponerme del largo viaje por tierra, a lo que accedí. 

Comí alguna cosa que mi madre me ofreció, pero de descansar más bien poco. Hacia la una de la tarde, me encontré con mi tío Alberto en su casa y nos dispusimos a ir al hospital San Pedro Claver, o al menos lo era en mi imaginario porque ya el lugar había cambiado de nombre hacia un tiempo, pero para fines prácticos, para mi seguía siendo la San Pedro. Antes de salir para donde mi tío, Clara nos llamó a mi madre y a mi y nos informó que, dado el estado de salud de mi padre, debían intubarlo para ayudarlo a respira mejor y poder controlar mejor sus afecciones. Llegamos al hospital cerca de las dos, me dejaron entrar a mi inicialmente, justo en el momento en que a mi padre lo estaban terminando de intubar, para lo cual, evidentemente, lo tuvieron que sedar. 

Ahí se me cayó el alma a los pies, la sensación de desasosiego que me embargó no tiene medida; ver a mi padre ahí, tan indefenso, luego de haber salido airoso de otras tantas hospitalizaciones, me causó una profunda tristeza. Terminado el procedimiento, me permitieron acercarme, tomé su mano y le dije, “papá, aquí estoy”, y en medio de su somnolencia, apretó mi mano con suavidad. No recuerdo cuánto tiempo estuve así, pero me alegró poder estar acompañándolo en esos momentos. 

Salí un rato y mi tío entró a acompañar a su hermano. A la hora de irnos, vi al tío muy descompensado y triste, dado que entre los dos se querían mucho. Ya en casa, le reporté las novedades a Doris, dado que ella se había quedado en casa con una muy fuerte bronquitis, le conté lo ocurrido y le dije que cualquier cosa le estaría avisando. Para la época tenía un celular de los viejitos, que no tenia nada de redes sociales, solo llamadas y mensajes y lo utilizaba realmente para llamadas de emergencia. 

El martes 23, nuevamente me fui a la San Pedro a seguir acompañando al paciente y recuerdo que, en la tarde, movido por mi tristeza, pero también por la esperanza, le tomé la mano a mi padre y le dije: “Papá, estese tranquilo, nosotros vamos a estar bien, descanse” y nuevamente me apretó con suavidad la mano. Ya para ese momento, nos habían informado que era necesario transferirlo a otra unidad de cuidados intensivos, cosa que podría ocurrir esa tarde o a la mañana siguiente. 

Ya el 24 de agosto, comenzando la tarde, yo estaba nuevamente pendiente de la evolución de mi padre, cuando se dio la llegada de la ambulancia para el traslado, se hicieron las verificaciones de rigor, la firma de documentos, y en momento en que a mi padre lo desconectaron del oxígeno de la unidad de cuidados intensivos y lo conectaron al de la camilla, y justo en ese momento, se descompensó, razón por la cual el médico encargado del traslado indicó que en esas condiciones no lo podía transportar. Inmediatamente el espacio se revolucionó, llegó más personal, le hicieron masaje cardiaco, le aplicaron descargas, pero nada resultó, y declararon su muerte. 

Fue la segunda persona que vi morir tan de cerca. Los ojos se me anegaron y por esas cosas de la vida, en ese preciso momento, me llamó Jorgito, un tío político, que quería saber cómo estaba mi papá, y fue el primero al que le comuniqué la noticia: “No Jorge, mi papá acaba de morir”. Ante esas palabras, Jorge se turbó bastante y le pasó el teléfono a mi primo Richi: “qui´hubo primo, qué paso?” y le referí lo acontecido, ya por ese lado se empezó a regar la noticia al resto de la familia y a los amigos. Una vez terminé de hablar con Richi, llamé a Clara y a mi madre y al poco rato ella llegó con Guille, para iniciar los preparativos finales. También fue el momento en que le avisé a Doris, quien dispuso lo necesario para el viaje a la capital en compañía de Sofi.

Fueron horas muy difíciles, Clara estaba muy desconsolada y lloró mucho. Iniciamos entonces los trámites, fuimos a la funeraria, escogimos el féretro, nos dieron los carteles y nos fuimos a la casa. En ese tiempo, se nos presentó otra situación. Mi hermana Angélica se encontraba en un avanzado estado de embarazo y fue necesario recurrir a una estratagema para hacerla ir a Bogotá, ya que para esas fechas estaba trabajando en Villavicencio. Con la colaboración del jefe de ella en ese entonces y la mediación de mi cuñado, se logró asignarle un transporte, bajo la premisa de que era necesario que ella fuera a visitar al papá porque estaba malito, pero ya para ese momento había fallecido. 

Si mal no recuerdo, llegamos a casa de

mis padres pasada la medianoche, había varios vecinos acompañando a Chava, y apenas me vio, mi madre me abrazó y lloró muy desconsolada: “Se murió Martin mijo” fueron sus palabras, y a sus lágrimas se aunaron las mías y las de mi hermana menor. Mi madre siempre ha tenido un temperamento algo recio, y llorar no ha sido su fuerte, pero en ese momento, fue un gran alivio para ella poder despejar ese dolor, luego de un poco más de 40 años de matrimonio con mi padre. Al poco rato, llegó mi hermano Marcos y los vecinos que estaban en casa, se fueron yendo. Hacia las dos de la mañana, llegó Angélica, con su flamante embarazo, nos saludamos y todavía me admiro la manera en que Clara la abordó para darle la noticia, se abrazaron, se consolaron y ya nos llegó el turno a los demás para brindarle nuestro apoyo. Nos dispusimos a descansar, o al menos a tratar. 

Al otro día, el 25 de agosto muy temprano, nos fuimos con Guille a pegar los carteles por el barrio y alrededores, a lo que muchos más vecinos se acercaron y enteraron de las novedades. También fue una mañana de llamadas van, llamadas vienen, ya que la velación se haría por la tarde. A Doris la recogí cerca de las 10:00 am en la Zona Franca de Fontibón, muy cerca de la entonces casa de mis padres, ya que, en ese tiempo, a las flotas les permitían parar en ese punto a dejar pasajeros.

Con Clara y Guille nos dirigimos al hospital para hacer el reconocimiento del cuerpo y poder seguir adelantando los trámites con la funeraria, nos encontramos con mi primo Mauricio, quien también había estado ayudándonos con el tema del transporte y disposición final del cuerpo. Ya se había fijado la fecha para dar el último adiós a mi padre para el 26 de agosto a las 11 de la mañana. Lo acompañamos desde la tarde del 25, siendo Clara, Guille, Angélica y yo los últimos que pudimos verlo en su féretro, ya que, respetando sus deseos, la velación sería sin vista del cuerpo. Asistieron muchas personas, amigos, vecinos, familiares. Nos sentimos muy acompañados y, pese al dolor por la partida, muy consolados. También ese 26 de agosto, fue el día en que renuncié al cigarrillo. 

Martín Rocha Hernández, mi padre, nació el 28 de agosto de 1940, hijo de Martín Rocha y Leonilde Hernández. Estudió hasta 4to de primaria, pero eso no le impidió estudiar torno y fresa en el SENA. Durante muchos años, con sus hermanos Julio y Alberto, tuvieron un taller de orfebrería que les dio su sustento a ellos y sus familias. Fue una persona con muchas virtudes y defectos, como los puede tener cualquiera de nosotros. Cometió errores, por ratos bastante irascible, a veces hizo mal las cosas, pero nos inculcó valores como la honestidad, el respeto, el valor del trabajo. 

Gustó por muchos años del licor, en especial la cerveza, bastante fumador, consumado jugador de tejo y de leer cuando tenía la oportunidad. Fue albañil y con sus propias manos levantó los muros de la que fue la casa familiar por más de cuarenta y dos años. Nunca dejó de cumplir con sus obligaciones y siempre que llegaba con sus polas en la cabeza, había reservado el dinero para los gastos de la semana, y nos llevaba alguna vianda para compartir: fritanga, gallina, pizza, huesos de marrano, eran las habituales. 

Le encantaba el Halloween y la Navidad, las salchichas Viena de tarro grande, el salchichón cervecero, ir a pasear a Anapoima y tomar aguardiente de yerbas y ya copetón, declamar poesías con una voz vibrante, llena de sentimiento, que nos dejaba en éxtasis al oírlo. Por muchos años sufrió una tremenda afección en la piel, y se vio sometido a muchos tratamientos médicos que lo debilitaban mucho, pero supo afrontar la situación con bastante entereza, aunque también tuvo momentos de debilidad por cuenta de su enfermedad. Estaba muy animado para celebrar su cumpleaños número 71, incluso lo iba a organizar, sabía a quienes iba a invitar, pero infortunadamente, su condición se agravó y desencadenó todos los sucesos ya narrados. 

Hoy le he querido brindar un homenaje a su memoria, porque gracias a su ejemplo y el de mi madre, hemos sabido vivir nuestras vidas en armonía, en honestidad y en fraternidad.

Clara, Angélica, mi padre, este servidor y mi hermano Marco




Mis hermanos y yo nos queremos mucho, y hemos procurado honrar los deseos de mi padre cuidando a nuestra madre. La madrugada siguiente al día en que murió, yo lo vi una última vez, ataviado con un vestido azul a rayas, mismo que lo vi usando infinidad de veces, pero con una apariencia de al menos cuarenta años menos, su piel lozana, su sonrisa bonachona, y un cigarrillo en la mano, en medio de un prado muy hermoso, y diciéndome adiós con la mano. Lo vi pleno, feliz, tranquilo. Paz en su tumba a don Martín, aquí lo seguiremos recordando por las buenas cosas que nos inculcó y los consejos que nos supo dar, sin importar que la respuesta a “lo quiero mucho, papa” invariablemente fuera “del mismo modo mijito”.

Comentarios

  1. Excelente persona, duros momentos, hace bastante falta don Martin. Dios lo bendiga

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