Las cosas de tener moto
Imagen de referencia, tomada en algún lugar de Medellín |
Llegamos al parqueadero en compañía de mi esposa, con nuestra flamante Vespa, recién comprada. Era una preciosidad, de un color rojo brillante, llantas con borde blanco, banderín en el manillar, y un pequeño porta paquetes en su frente.
Le había puesto una cajuela en su parrilla trasera, para poder llevar los cascos y las herramientas, porque en su cajuela delantera, le había mandado instalar bafles que funcionaban con Bluetooth, así que podíamos ir escuchando boleritos, salsa y merengue desde mi celular.
La conseguí con mucho esfuerzo, hice un crédito, tuve que replantear todas mis finanzas para poder balancear el presupuesto y poder pagar las cuotas sin mayores traumatismos. Y la compré por puro capricho, pese a mis experiencias previas y a mi determinación en ese momento, de no volver a comprar moto. (Para conocer dicha referencia, los invito a leer esta nota, que no está en el blog, pero si en Facebook Crónica de un trámite casi interminable )
Debo decir que me sentía radiante con esa preciosidad de máquina, máxime porque ya había tenido tratos con la marca con una moto similar por cerca de 10 años y siempre me resultó un aparato muy confiable al que, evidentemente, era necesario atenderle sus necesidades puntualmente.
Salimos del concesionario ya con todos los documentos en regla y nuestros viejos cascos, de los cuales nunca salimos, no se por qué, ya llevaban estampada la nueva matrícula.
Comenzamos nuestro recorrido por las vías, sintiendo la emoción de quien está estrenando, dimos un largo recorrido por calles y callejas, empecé a recordar los viejos recovecos por los cuales nos solíamos meter para ahorrar algo de tiempo y evitar el tráfico, y decidimos terminar esa travesía festejando la adquisición compartiendo una deliciosa carne asada.
Ahí fue cuando llegamos al fatídico parqueadero. Dejamos la moto supuestamente a buen recaudo, en una casa grande con un patio enorme, donde una pareja se notaba disgustada entre ellos.
Fuimos al punto donde disfrutaríamos de nuestras viandas, y, pasados 45 minutos, retomamos el camino al lugar de parqueo.
La escena era dantesca. La pareja que habíamos visto a nuestro primer arribo estaba enzarzada en una fortísima discusión, ollas iban, platos venían y de un momento a otro, se agarraros de ropas y cabellos, terminando en el suelo dando vueltas.
Otros dos habitantes de la casa, intervinieron para separarlos, al igual que algunos otros de los transeúntes que estaban llegando por sus vehículos. Un quinto habitante del hogar dijo que si queríamos, el nos entregaba los vehículos, así que con recibo en mano, cancelé el importe del parqueo y nos dirigimos hacia el lugar donde estaba la moto.
La escena fue desgarradora. Le habían robado su tapa lateral izquierda, el banderín lo habían doblado, el cojín del sillín estaba rasgado como si lo hubiera atacado un tigre y habían rayado la pintura rojo brillante. Yo me sentí desfallecer, llamé al encargado que me había atendido y sin el menor desparpajo me fue diciendo “eso pasa mucho por aquí, no le pare bolas”.
Con el corazón en la mano, dolido, puse la llave en el interruptor y, oh sorpresa, la moto no encendió. Mi esposa también estaba consternada, y con la ayuda del encargado, empujaron la moto para tratar de encenderla.
Vi entonces hacia atrás la parte posterior del costado izquierdo sin su tapa, desnuda, vulnerable y expuesta. Afortunadamente, en ese justo momento me desperté y de nuevo se me quitaron las ganas de volver a tener moto.
Excelente historia, la verdad estaba convencida que era cierta, demasiado real jajajaja
ResponderEliminarEn lo particular, este tipo de desenlaces me gustan mucho, me divertí mucho escribiendo la historia, máxime porque tuve que rellenar los huecos de mi sueño
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