Cuando la constancia vence lo que la dicha no alcanza
29 de noviembre de 2003
29 de noviembre de 2023Mirar en retrospectiva, me ha permitido a lo largo de los años ir mejorando aspectos de mi vida y mi persona, en procura de un mejor bienestar, y ciertamente la vida matrimonial no ha sido la excepción. Hoy cumplimos 20 años de matrimonio con Doris, que, por cierto, no sabía que se les llama bodas de porcelana. Y aquí algo de historia en torno a este magno acontecimiento.
Lo primero que hay que decir es que con Doris llevamos algo más de 21 años de convivencia, porque “nos comimos las onces antes del recreo” y convivimos casi 18 meses, hasta que ya llegó el momento de dar el siguiente paso.
Para junio de 2002, ella con sus hijos grandes y en embarazo de Sofi, llegaron a ocupar un lugar en el hogar en que hemos habitado desde entonces. Y poco antes de que Sofía cumpliera su primer año, debo confesarlo, le dije a Doris que “o nos casábamos o aquí pasa algo”. No fue precisamente la propuesta de matrimonio más romántica, pero obedeció a, en mi caso, mi deseo de formalizar y tener una vida como Dios manda bajo el vínculo del matrimonio que nos permitiera vivir plenamente una vida de fe y comunidad.
Mi párroco en ese entonces me permitió seguir haciendo parte de la vida parroquial mediante el canto, evidentemente sin poder hacer vida sacramental con la confesión o comunión, pero si al menos con una vida de oración y práctica devota a través de mi modesto ministerio. Eso le granjeó ciertos comentarios de algunos parroquianos que veían con malos ojos que un no casado estuviera haciendo labor en la parroquia. Pero gracias a la postura de mi párroco, que me acogió con amor, se logró también abonar el terreno para una vida matrimonial muy fructífera. Doris ciertamente se guardaba sus reservas, pero después de tanto tiempo, consideró que era posible dar ese paso y aceptó, y en poco menos de dos meses estábamos listos para nuestro matrimonio. No iba a ser nada fastuoso, de hecho, la participación se hizo para la misa y nada más, nos llevamos una muy bella y grata sorpresa cuando nos enteramos, finalizado el matrimonio que mis cuñados habían preparado un ágape muy sencillo y lleno de amor para los familiares de Doris y algunos de los amigos que nos habían acompañado. Así que tuvimos torta de bodas, champaña y comida para estar en compañía de esas personitas que pudieron acompañarnos.
Nuestra vida cambió al momento en que nos declararon marido y mujer. Poder participar de nuestra vida sacramental, vivir a plenitud nuestro matrimonio desde el primer momento, amarnos incondicionalmente, pasar las verdes y las maduras, reír, llorar, trabajar hombro con hombro, respetarnos, jugar, caminar juntos, pasear, ver a los hijos crecer o simplemente tomar un helado, han sido cosas que nos han permitido vivir una vida plena.
No tuvimos luna de miel cuando celebramos nuestro matrimonio, pero hemos procurado hacer de nuestra vida juntos una luna de miel constante, y por eso es por lo que disfrutamos tanto los espacios donde compartimos, sea un paseo, un viaje, una reunión de amigos, una tarde de películas, o cualquier otra actividad que nos permita pasar tiempo juntos.
Hoy nuevamente la emoción nos sacudió, tuvimos nervios, de hecho, Doris estuvo temblando como cada vez que hemos renovado nuestros votos, porque nos encanta sentir la emoción de la realización, de reafirmar esa convicción de vida en pareja, porque somos conscientes de que el matrimonio es un regalo de vida que, bien llevado, permite vivir plenamente en compañías de esa otra persona que es tu complemento.
A Doris mi esposa, muchas gracias por haber aceptado mi extraña proposición y haberme acompañado hasta este punto de mi vida, y si Dios así lo dispone, ojalá sean muchos años más llenos de cosas bellas.
Lo primero que hay que decir es que con Doris llevamos algo más de 21 años de convivencia, porque “nos comimos las onces antes del recreo” y convivimos casi 18 meses, hasta que ya llegó el momento de dar el siguiente paso.
Para junio de 2002, ella con sus hijos grandes y en embarazo de Sofi, llegaron a ocupar un lugar en el hogar en que hemos habitado desde entonces. Y poco antes de que Sofía cumpliera su primer año, debo confesarlo, le dije a Doris que “o nos casábamos o aquí pasa algo”. No fue precisamente la propuesta de matrimonio más romántica, pero obedeció a, en mi caso, mi deseo de formalizar y tener una vida como Dios manda bajo el vínculo del matrimonio que nos permitiera vivir plenamente una vida de fe y comunidad.
Mi párroco en ese entonces me permitió seguir haciendo parte de la vida parroquial mediante el canto, evidentemente sin poder hacer vida sacramental con la confesión o comunión, pero si al menos con una vida de oración y práctica devota a través de mi modesto ministerio. Eso le granjeó ciertos comentarios de algunos parroquianos que veían con malos ojos que un no casado estuviera haciendo labor en la parroquia. Pero gracias a la postura de mi párroco, que me acogió con amor, se logró también abonar el terreno para una vida matrimonial muy fructífera. Doris ciertamente se guardaba sus reservas, pero después de tanto tiempo, consideró que era posible dar ese paso y aceptó, y en poco menos de dos meses estábamos listos para nuestro matrimonio. No iba a ser nada fastuoso, de hecho, la participación se hizo para la misa y nada más, nos llevamos una muy bella y grata sorpresa cuando nos enteramos, finalizado el matrimonio que mis cuñados habían preparado un ágape muy sencillo y lleno de amor para los familiares de Doris y algunos de los amigos que nos habían acompañado. Así que tuvimos torta de bodas, champaña y comida para estar en compañía de esas personitas que pudieron acompañarnos.
Nuestra vida cambió al momento en que nos declararon marido y mujer. Poder participar de nuestra vida sacramental, vivir a plenitud nuestro matrimonio desde el primer momento, amarnos incondicionalmente, pasar las verdes y las maduras, reír, llorar, trabajar hombro con hombro, respetarnos, jugar, caminar juntos, pasear, ver a los hijos crecer o simplemente tomar un helado, han sido cosas que nos han permitido vivir una vida plena.
No tuvimos luna de miel cuando celebramos nuestro matrimonio, pero hemos procurado hacer de nuestra vida juntos una luna de miel constante, y por eso es por lo que disfrutamos tanto los espacios donde compartimos, sea un paseo, un viaje, una reunión de amigos, una tarde de películas, o cualquier otra actividad que nos permita pasar tiempo juntos.
Hoy nuevamente la emoción nos sacudió, tuvimos nervios, de hecho, Doris estuvo temblando como cada vez que hemos renovado nuestros votos, porque nos encanta sentir la emoción de la realización, de reafirmar esa convicción de vida en pareja, porque somos conscientes de que el matrimonio es un regalo de vida que, bien llevado, permite vivir plenamente en compañías de esa otra persona que es tu complemento.
A Doris mi esposa, muchas gracias por haber aceptado mi extraña proposición y haberme acompañado hasta este punto de mi vida, y si Dios así lo dispone, ojalá sean muchos años más llenos de cosas bellas.
Bonita historia de amor .Que Dios conserve esa unión por otros 20 años más súper súper muchas bendiciones para perdurars siempre en el tiempo y el espacio
ResponderEliminarGracias mil
Eliminar