Regalos inesperados.


                                                                                                                                                                                                   
Arriba, la vieja Seville 5000 de mi gran amigo Milcíades Henao (abajo a la izquierda) y a la derecha, yo, probándola porque no me aguanté la tentación de sentir ese teclado en mis manos. La foto de Milcíades es cortesía de su hijo César, otro gran amigo.



Ayer en la tarde, recibí la visita de un gran amigo, César, con quien llevamos conociéndonos casi a la par de cuando llegué a Medellín. En su hogar, sus padre, Milcíades y Gloria, me acogieron como un miembro más de la familia, personas muy queridas y de grata recordación que ya partieron a mejor vida.

En sus tiempos, el jefe del hogar se desempeñó como periodista radial, pero por esas cosas de la vida y una afección cardiaca bastante delicada, se vio en la necesidad de dejar sus labores de locutor y dedicarse a la vida propia del hogar en calidad de pensionado. Sobrevivió varios infartos, era amante de la música clásica, de la buena charla, de jugar al parqués, juego de cartas con baraja española y Monopolio. Fueron muchas las tardes que se nos volvieron noches jugando sin parar. 

Y también fueron muchas las madrugadas a las 2 de la mañana a fin de acompañarlo a cobras su mesada pensional, en donde ya por el tiempo, tenía un grupo de pares pensionados, con quienes era un disfrute tertuliar al calor de los tintos de los vendedores matutinos. 

Milcíades fue un gran, gran amigo, fue la persona que me enseñó a manejar de mejor manera mis finanzas, era asombros ver su pequeña libreta en donde apuntaba hasta el último peso que se gastaba, y la rigurosidad con que llevaba el presupuesto del hogar, sin gastar nuca más de lo debido, sin darse lujos innecesarios y sin pasar necesidades de ninguna clase. 

En la visita de su hijo ayer, me supo sorprender y conmover enormemente con un regalo, la máquina que aparece en líneas superiores, esa máquina que fue su compañera inseparable durante sus años de trabajo, y en la que lo vi escribiendo incesantemente sus cuartillas, poemas o cartas que le encargaban algunas personas cuando tenían que presentar algún documento en alguna oficina. 

No resistí la tentación y la probé, aún la cinta tiene tinta y sentí un estremecimiento extraño al sentir el sonido de ese teclado, recordando aquellas épocas en que instrumentos similares me sirvieron para mi aprendizaje y posterior trabajo. Eran otros tiempos en donde no se tenía fácil equivocarse mecanografiando sobre el teclado, ya que un error ortográfico podía conllevar a dañar la hoja, no como ahora que hay auto correctores, y pese a eso, se encuentra uno en el camino cada barrabasada mal escrita.

Una vez, muy comenzando mi carrera militar, yo utilizaba una máquina pequeña, en la que había que trabajar con original y cuatro copias. En esa época, se empleaba hoja tipo carta u oficio como las de hoy en día, pero el papel copia era muy delgado, casi como papel seda. Imagínense entonces el sándwich, una hoja original, cuatro hojas de papel carbón y cuatro hojas de papel copia. 

Pues bien, en cierta ocasión, comenzando mis actividades de oficinista, en uno de los informes mensuales que debía presentar, mi oficial al mando encontró algunos errores ortográficos en páginas diferentes y por enmendaduras propias del ejercicio de teclado y me hizo repetir el consabido informe. Si mal no recuerdo, el documento era de seis páginas, y encontró errores en tres diferentes, entonces la repetidera a la que me sometí fue tremenda. No se alcanzan a imaginar la alegría que sentí cuando por fin me aprobó el documento, pero perdí muchas hojas y mucho tiempo. 

Después de eso y a merced de la llegada de los primeros computadores a mi unidad, las cosas empezaron a ser diferentes, aunque debía esperar por lo general a altas horas de la noche para poder tener un turno de disponibilidad para digitar mis documentos, aunque ya era más fácil porque ya se podía almacenar la información en disquetes, con lo que solamente se cambiaba lo que se necesitaba y a imprimir se dijo. 

Recuerdo con mucho cariño a Milcíades y a doña Gloria, extraño nuestras tardes de juego imbuidos en la escucha de música clásica de fondo, tomando tinto, hablando y arreglando el mundo, así fuera de la puerta de la casa las cosas siguieran igual. 

Gracias a César por el presente, lo recibo con mucha alegría y lo voy a atesorar enormemente, porque nunca se sabe, si se están poniendo de moda otra vez los tornamesas para discos de acetato, puede que no les falte mucho a las máquinas de escribir para estar nuevamente presentes en nuestras vidas.


 

Comentarios

  1. En viejas épocas se dejaba poco espacio al error y a la mediocridad, debido a que los medios eran escasos y a que el nivel de exigencia era alto, hoy en día se aplaude al mediocre y se justifica la pobreza mental con el cuento del libre desarrollo de la personalidad. No se puede exigir porque se generan traumas y no se puede opinar porque herimos sentimientos.

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