Milagro de Año Nuevo. Versión libre de una historia real.

 

Imagen tomada de https://acortar.link/SiSWAi



Mi nombre es… bueno, eso realmente no importa, tengo uno similar al de miles de personas que nos hemos visto en la penosa necesidad de salir de nuestros hogares por todas las cosas malas que están pasando, buscando una oportunidad para mi esposa, mis tres hijos y para mí. Llevo varios meses en esta ciudad, rebuscando el diario con lo que puedo, muchas veces sin lograr siquiera cubrir el gasto de la pensión donde me encuentro con mi familia, pasando hambres y caminando sin cesar por todos lados, incluso habiendo pasado muchas, muchas noches en la calle.
 
Esto sucedió el 31 de diciembre del 2022.
Ya había pasado la Navidad y no logré ningún dinero para tan siquiera comprarle una muñeca de las más baratas a mi hija menor, que añoraba algo para esa fecha, los dos mayorcitos han sido algo más conscientes, pero eso no me consuela mucho más, a fin de cuentas, el anhelo de un padre es ver a sus hijos felices y bien, o por lo menos eso nos pasa a mi esposa y a mí.
 
Esa mañana del 31, sin una sola moneda en el bolsillo, debiendo varias noches en una pieza cercana a la universidad, y habiendo comido algún pan obtenido pidiendo, salí del lugar diciéndole a mi esposa que una señora me había prometido una donación para todos, de ropita y mercado, así que encaminé mis pasos sin saber a ciencia cierta hacia donde me dirigiría, pero con una certeza en la mente: ese día me iba a morir.
 
La verdad no supe cómo, pero llegué al puente de Colombia con la Regional, a la altura donde se encuentra el paso del Metro, y ahí fue donde decidí llevar a cabo mi cometido. Aprovechando la soledad de la calle, pese a la hora, ya que apenas había pasado un poco más del medio día, me trepé a la reja decidido a matarme, sin pensar en nada más que en quitarme de encima ese dolor que me causaba el no poder cumplir con mis deberes de padre y esposo, sin pensar en absolutamente nada más. -Bueno- Pensé -Si no me pisa el tren, de seguro el golpe me mata. Y aquí fue donde pasó algo completamente inexplicable: al momento en que quise soltarme de la reja, sentí que dos manos me sujetaron fuertemente de mis hombros y me halaban hacia atrás, pero no había nadie.
 
Sin saber cómo, descendí de la reja y miré asustado a todas partes, pero no había un alma alrededor, incluso el tráfico parecía detenido. Entonces, como si acabara de despertar de una pesadilla y una sensación extraña en mi pecho, comencé a caminar nuevamente, y mis pies siguieron su paso mecánico, sin apenas darme cuenta hacia donde me dirigía. En mi trayecto, me encontré con una primera parroquia, no se cual fue, toqué la puerta, pero nadie me atendió. – Claro- pensé -es sábado y a lo mejor la misa es tarde por ser fin de año.
 
Mis pasos me llevaron a transitar por parte de la comuna de Buenos Aires, no sabía dónde iba, solo caminé y caminé, Encontré un segundo y un tercer templo parroquial, pero estaban cerrados tan herméticamente como el primero- Por aquí debe haber una parroquia abierta, yo sé que sí. Llegué entonces a la altura de un batallón, no se su nombre. Pero seguí caminando loma arriba, viendo el cambio de paisaje, una semi jungla de cemento enmarcada por zonas verdes y un bosque muy tupido. Llegó el momento en que la loma comenzó su descenso, y ya en la parte final del recorrido, me encontré con un templo parroquial abierto. Sin pensarlo dos veces, me acerqué y vi que el Santísimo Sacramento se encontraba expuesto y algunas personas estaban en oración, y con toda la devoción que me fue posible, me puse de rodillas y le pedí perdón a Dios, pero sentía que todavía me faltaba algo.
 
Me dirigí a la casa cural, toqué el timbre y me atendió un hombre de mirada bondadosa, sin duda alguna el sacerdote, porque estaba con su alzacuello.
- Hijo ¿en qué te puedo ayudar?
- Padre, vengo a confesarme porque me quería matar.
Ante estas palabras, sin dejar de mirarme con dulzura, me hizo entrar a la casa, me sentó en la sala, fue por aguapanela, pan y no recuerdo qué más, me dio ese bocado antes de cualquier cosa. Una vez saciada el hambre, entre charla y confesión, sentí que verdaderamente había llegado donde necesitaba estar y que Dios, en su providencia, fue el que guio mis pies a ese lugar y a ese sacerdote, y lo digo con plena convicción, esa tarde no hablé con un cura, esa tarde fue el mismo Jesús el que me habló, me reconfortó y me perdonó. y no contento con esto, de su propio bolsillo sacó dinero y me lo dio.
 
-         Toma esto que te va a alcanzar para que pagues algunas noches en la pensión y esto otro para un mercadito, y esto pal pasaje de regreso, no te me vas a ir a pie.
-         Padre no, cómo se le ocurre.
-       ¿Y por qué no?, vos estas necesitado, ¿o es que preferís lo que ibas a hacer a recibirme esta ayuda? Y ten mucha fe porque yo sé que el Señor te tiene cosas buenas preparadas.
 
Sin dar crédito a lo que me estaba sucediendo, recibí lo que me ofrecía, no sin cierta vergüenza personal, orgullos tontos que algunos tenemos. Me dio su bendición y retomé mi camino a pie, esperando algún bus que me acercara al centro, pero no pasaba ninguno. Al poco de estar caminando, noté que un hombre joven me seguía a la distancia. - Dios mío no, me van a atracar, y mi familia necesitando esto – A cierta distancia, vi un taxi y sin pensarlo dos veces me encaminé hacia él.
 
-       ¿En cuánto me lleva hasta las pensiones que quedan por la universidad?
-        Hasta allá le vale $14000.
-       Señor, si quiere que le diga la verdad, tengo $10.000 de pasaje. – Y sin saber por qué, le conté en un momento lo que me había sucedido ese día.
-        Yo sé que ustedes en este tiempo esperan el aguinaldo, pero ¿no podría usted darme ese aguinaldo a mí y llevarme por los diez mil?
-         Súbase – así lo hice, y me consolé enormemente.
 
Seguimos la conversación en el taxi, le dije que ya había pasado montones de hojas de vida, pero que todavía no me había resultado nada. El me miraba y asentía o negaba con la cabeza. Cuando llegamos al fin al punto de destino, bajé del taxi y me asomé por la ventana.
 
-         Tenga señor, muchas gracias. Dios le pague.
-     Guarde eso, más bien tenga. Y me dio una ollita que tenía en el asiento delantero. – Eso es un sancocho que me regaló una señora con todo y olla, está recién hechecito y muy rico jajajaja. Rio al ver mi cara.
-         Ahí tiene para que coman esta noche de Año Nuevo usted y su familia, y tenga esta tarjeta, llame, que yo sé que allá le resulta algo. Y acto seguido, y sin que yo me lo esperara, me dio unos billetes. – No es mucho, pero estoy convencido de que le van a servir, feliz Año Nuevo.
 
Los sentimientos que tenía en el pecho en esos momentos se desbordaron y no pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. El señor del taxi sonrió y retomó su camino. Me dirigí al lugar donde estaban mi esposa y mis hijos.
-         Ay, amor, que angustia, ¿qué le pasó? ¿Por qué se demoró tanto?
-      Perdón amor, pero es que casi no encuentro el lugar, pero fue bien todo, mire, me regalaron una comidita para hoy y no tenemos que devolver la olla, y vea esta platica, voy a abonarle al señor del arriendo y enseguida vamos a mercar algunas cositas.
Los ojos de mi esposa se llenaron de lágrimas también y me abrazó llena de emoción. – Bendito sea Dios.
 
El dos de enero, llamé al número de la tarjeta que me había dado el taxista y que resultó ser de un asadero. Al preguntarme quién me mandaba, solo pude decir que un señor de un taxi me había dado la tarjeta. Mi interlocutor se quedó un momento en silencio y luego me preguntó si podía ir esa misma tarde a hablar con él, a lo que le respondí que sí. Para no hacer más larga la historia, me ofrecieron un trabajo como parrillero, para iniciar el lunes nueve de enero.
 
El sábado 7, me dirigí nuevamente a aquella parroquia donde un cura de buen corazón y bondad me recibió y me ayudó. Fui a contarle lo que había pasado y a darle las gracias nuevamente. Ciertamente se alegró mucho, me bendijo y me deseó lo mejor. Cuando ya me iba a ir, vi algunas personas en uno de los saloncitos y me acerqué con curiosidad. Se trataba de un ropero que tienen en la parroquia, donde una señora muy simpática me dio la bienvenida, y nos pusimos a hablar y una vez más, impulsado por una fuerza interior, le conté de mi experiencia y de todo lo que había pasado en esos días y la razón de mi presencia en ese lugar.
 
-         Eso es pa que vea que cuando Dios no está, manda el angelito – me dijo la señora. - No pierda la fe en Dios, Él es el único que sabe nuestras cosas y el que nos da el consuelo cuando lo necesitamos
-         Yo he tenido que aprender muchas cosas a las malas – le dije – aquí donde me ve, yo solo compraba ropa de marca y mientras más cara la ropa, mejor me parecía, y vea ahora, estos son mis únicos zapatos, y están rotos.
 
La señora me miró y me preguntó.
 
-         ¿Qué talla es usted en zapatos?
 
Le dije mi número y fue a rebuscar entre algunas cosas, y me trajo un par de tenis que prácticamente estaban nuevos.
 
-         Tenga, para que empiece a trabajar bien de pisos.
-         Pero yo no viene a comprar.
-         Y yo no le estoy cobrando, lléveselos. Dios ha sido muy generoso con la parroquia y la idea de este ropero es ayudar a los más necesitados.
 
Y esta es mi historia. Es un milagro de Año Nuevo, porque Dios pasó por mi vida y ahora sé que todo va a estar mejor, porque entendí que en el orgullo no se encuentran las respuestas y porque aprendí que aún hay personas buenas en el mundo.
 
Le prometí a la señora del ropero que, apenas esté más nivelado en lo económico, iría con mi familia a comprar ropita.
 
Martín Leonardo Rocha Rincón

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