De pesos y señales
Hola a todos, espero que se encuentren bien. Hoy les tengo dos notas.
No se si ustedes también han notado, pero definitivamente la vida sabrosa que nos prometieron cada vez está más cara. No se ha implementado la reforma tributaria, pero ya el costo de los alimentos está por las nubes, crecen las reservas para quienes quieren adquirir propiedades y hasta los ganadores de loterías y chances se andan rascando la cabeza por los costos de los impuestos que deben pagar.
Cada mes, la canasta familiar está más costosa. No dejo de reconocer que hay factores internacionales y nacionales que bien pueden afectar el mercado, pero que una canasta de huevos suba mil pesos en un lapso de 15 días, o que un paquete de chorizos de 10 unidades haya aumentado casi cinco mil pesos en cuatro meses, deja mucho que desear en una economía donde todos, todos, nos estamos viendo afectados. Literalmente ya no hay plata que alcance, incluso tengo una visión, la de hijos que seguramente tendrán que “pedir cacao” a sus padres para volver al nido y compartir gastos, a ver si así se logra paliar un poco la excesiva inflación.
Pareciera que los impuestos que se vienen con la aprobación de la reforma ya
los estuvieran cobrando, así que no me quiero imaginar cómo se pondrán las
cosas una vez se hagan efectivos los nuevos cobros. Ya literalmente, para la
inmensa mayoría de nosotros, casi que no hay dinero que alcance, no me imagino
cómo están los menos afortunados. Como
diría mi padre, “el dulce se nos puso a mordiscos”. Se están quejando incluso
los que tienen con qué, si no, miren lo que pasó con el incremento de las
matrículas en las universidades privadas. Si eso pasa con la clase alta, qué
podremos decir los demás.
Yo solo espero que lo que se logre recoger por causa de los impuestos,
llegue efectivamente a los destinos previstos y que dejen de robarse la plata,
espero que las nuevas medidas implantadas para evasores surtan efecto y que
tanto miserable corrompido y ladrón, termine con sus huesos en la cárcel y les
hagan pagar todo lo que se han robado.
La segunda nota tiene que ver, otra vez, con la situación del irrespeto a
las normas de tránsito, creo que es la tercera o cuarta vez que menciono el
tema, pero es que definitivamente es algo que me pone los pelos de punta. Así
que me disculpan si les parece repetitivo el asunto, pero hoy tengo un
ingrediente adicional.
Esta mañana, yendo de caminata con mi esposa, a la altura del paso peatonal
en la estación Bicentenario del Tranvía, teniendo luz verde el semáforo
peatonal, estando gente pasando, un imprudente motociclista, de los muchos que
inundan muestras calles, muy orondo, se fue pasando la vía. Reconozco que no me
controlé, levanté la mano señalando el semáforo y le dije “¿pero es que no ves
el semáforo o qué?”. Para disimular la cosa, redujo la velocidad, pero ya la
falta la había cometido, se pasó el semáforo vehicular en rojo y estuvo a punto
de afectar unos peatones. Uno de ellos que iba cruzando con nosotros
mencionó “es que no les importa es nada” –“si, que vaina tan berraca” – le respondí.
Y añadió algo que me dejó bastante pensativo: “yo creo que, si los semáforos son
los medidores de la honradez de los colombianos, entonces estamos fregados”.
Y creo que hay mucha razón en esto, viéndolo como metáfora, el burlar las
normas de tránsito es uno de los muchos síntomas que como sociedad estamos
viviendo a diario por cuenta de todos aquellos que se saltan las normas, sean
las que sean y que quieren hacerse a las cosas por las vías rápidas, que no
siempre coinciden con las legales.
Muchas personas entonces se pasan por alto los semáforos morales, los del
respeto hacia el otro, los de la honradez, los de la solidaridad, los de las
leyes y normas, los del trabajo honesto, los de la decencia, y la solidaridad,
entonces lo que queda son un montón de infractores de toda índole, muchos de
ellos saliendo impunes y dejándonos a quienes tratamos de vivir acorde a las
normas viendo un chispero por la falta de acción de las autoridades
competentes, que, dicho sea de paso, en muchos casos también se saltan estos
semáforos.
La intolerancia, la falta de empatía y el irrespeto hacia el otro, tristemente, andan campantes en todos lados, y es difícil vivir así. Ojalá se llegue el día en que verdaderamente nos tratemos como seres humanos dignos de respeto mutuo, movidos por la solidaridad, la tolerancia y el amor fraterno. La labor está en nuestras manos, no declinar en hacer el bien, por pequeño que pueda parecer, acatar y respetar las normas y buscar los mejores caminos para vivir en armonía, puede que la tarea no sea fácil, pero entre todos podremos hacer que de frutos buenos. Un abrazo y hasta la próxima.
Comentarios
Publicar un comentario